
Desde hace unos meses, el coche eléctrico está en boca de todos. Bien sea debido a los problemas de contaminación, bien a la fecha de caducidad de los motores de combustión – el petróleo está llegando, esta vez sí, al límite de su existencia -, lo cierto es que tanto los fabricantes, como los gobiernos como la sociedad tienen en mente que el coche eléctrico está
llegando y va a ser para quedarse. El gobierno español ya habla de prohibir la venta de vehículos no eléctricos para 2040; en otros países europeos en 2030 e incluso antes.
Sin lugar a dudas, este cambio de paradigma en algo tan importante como es el transporte va a suponer una tormenta económica: los fabricantes y compañías energéticas tendrán que
cambiar su modelo de negocio, se perderán miles de puestos de trabajo, ya que fabricar y ensamblar un coche eléctrico es varios órdenes de magnitud más sencillo que uno de combustión, aparecerá un nuevo negocio de puntos de recarga… En definitiva, demasiados
cambios como para que no haya un gran impacto económico, cuyos efectos podrían empezar a verse muy pronto.
Por no mencionar el impacto sobre otros medios de transporte, como el aéreo o el marítimo que, a fecha de hoy, no cuentan con una alternativa a la propulsión por combustibles fósiles.